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Santa Fe de Bogotá, El Espectador
Revista del jueves, No. 1046, mayo 15 de 1997


Nuestra Gente

Él es el primer blanco en salir vivo de la zona donde habitan los Motilones. Ella lo encontró por azares del destino y comenzó a recibir visitas extrañas de indígenas míticos que la observaban. Ahora luchan para evitar que los blancos acaben con un estilo de vida fascinante.


Un Sueco y una Pianista Envueltos en

UNA HlSTORIA INSÓLITA

Bruce Olson le pagó el estudio y la estadía a 400 indígenas que hoy son profesionales y que se encuentran integrados a la selva. También les organizó cooperativas para vender sus cosechas y les dio la posibilidad de ser bilingües y biculturales, lo cual les permite defenderse del blanco, evitando ser engañados.

Antes de 1961 ningún hombre había salido con vida de las selvas que rodean al Catatumbo y mucho menos si osaba acercarse a una de las pocas culturas indígenas que jamás sucumbió a la presión del blanco: los Barí o Motilones. Bruce Olson, filólogo y antropólogo de origen escandinavo, lo logró. Criado en una familia de aristócratas en Suecia, Bruce sabía que su misión en la vida era salvar a una tribu de Sudamérica de la ofensiva blanca. Fue preparado espiritualmente para ello y a los 19 años salió de su casa y se internó en la selva colombiana. Allí encontró a los Barís. Gracias a la intervención de los Chigbarí (espíritus superiores que vigilan, castigan y protegen a los indígenas Barí), él pudo seguir viviendo. Y es que, de acuerdo con los recuerdos de un Barí, estos seres les ordenaron no hacerle daño al blanco, porque era buena persona. Fueron 28 años de convivencia y enseñanzas recíprocas. Bruce recibió su nombre de Yado y entabló tal relación con ellos, que aprendió hasta el último de sus secretos. Esto le costó ser secuestrado y torturado por la guerrilla, la cual buscó en él un intermediario perfecto para obligar a los indígenas a apoyar la causa. En el libro Somos Barí, de Hortensia Galvis, uno de los miembros de la comunidad recuerda el episodio. “Mis paisanos nunca comprendieron la actitud de la guerrilla.”
“Ellos pensaban: 'Nosotros nunca hemos sido egoístas. Si deseaban disfrutar de la compañía de Yado, la invitación debería haberse hecho cordialmente y no con una lluvia de balas'. ¡Quién entiende las cosas de los blancos!”.

Bruce fue torturado. Los Chigbarí se turnaban para ayudarle cuando lo velan sufrir. “Uno flotaba en el aire y al tocarlo le calmaba los dolores por las torturas. El otro se convirtió en una mirla que cantaba de noche. Sus melodías usaban los tonos de la lengua Barí para transmitirle mensajes. Así le infundían ánimo y consuelo. Por fin nos pusimos de acuerdo todos los guerreros más valientes. Rodeamos el campamento de la guerrilla y los amenazamos con nuestros arcos y flechas. Ese idioma de agresión contra agresión aparentemente sí lo comprendieron, porque no tardaron en dejarlo en libertad”.

Visitas de la Selva

Cuando Hortensia Galvis regresó de Viena -durante 9 años estuvo allí realizando un postgrado como pianista concertista-, se radicó en Bucaramanga. El destino se iba a encargar de hacer conocer a Bruce Olson. Ella recuerda que un día cualquiera fue a una mueblería. Quería que le pusieran a una cama ciertos herrajes especiales. Le contestaron que el único que tenía el modelo era un hombre llamado Bruce Olson. Lo localizó y pronto se hicieron amigos. Cuando él comenzó a relatarle la vida y leyendas de los Motilones, Hortensia se dio cuenta de la existencia de un mundo fascinante, de una hermosa filosofía y de una forma de vivir en armonía con la naturaleza y con el individuo mismo. Cierta vez, Bruce le presentó, en su apartamento, a un cacique indígena. “En ese momento -recuerda Hortensia, Bruce recibió una llamada amenazadora de la guerrilla. Tenía que irse del país. Lo noté bastante nervioso y le dije que yo tenía una manera de tranquilizarme que me resultaba muy bien: consistía en llenarse de luz y pedir protección a los maestros espirituales. Le expliqué cómo hacerlo. A medida que le enseñaba, noté que la atención del cacique se dirigía a mí”. El indígena regresó a su hogar y allí le contó a la tribu que había una blanca que “sabía cosas”. No se equivocaba. Durante toda su vida, Hortensia ha buscado “algo más”. Viajó a Tíbet a aprender de los lamas, digiere cuanto libro sobre espiritualidad cae en sus manos y dirige tres grupos de meditación. La fama de “la blanca” le picó la curiosidad a los Barís. Comenzaron a llegar a su apartamento. “Primero fue el chamán. Se estuvo conmigo toda una tarde. Yo no hablaba Barí, él no hablaba español. Solo me miraba. Le ofrecí gaseosa, bizcochos, té, galletas... él comía y me observaba. La visita terminó. Después le dijo a Bruce que yo era una persona honesta, que estaba bien”.
Las visitas de la selva seguían llegando, le contaban anécdotas, costumbres, mitos, leyendas. Se iba uno y llegaba otro. “Bruce traducía. Yo simplemente disfrutaba esa información y la grababa porque me parecía interesante”.

Discriminación Absurda

Hasta el momento nadie había pensado en escribir un libro sobre la cultura Motilona. Pero en julio de 1992 sucedió algo que impulsó a Hortensia a hacerlo. “Bruce sostenía a un grupo de estudiantes indígenas en Bucaramanga. Había comprado tres apartamentos y los había alojado allí. Los copropietarios emprendieron una campaña de hostigamiento sin misericordia para obligarlos a marcharse. Los acusaron de llevar enfermedades contagiosas, aumentar la basura y las cucarachas. Una señora, dizque muy piadosa, llevó a un cura para exorcizar a los “ateos”, y ante la mirada perpleja y asustada de los niños y jóvenes indígenas, el ritual se realizó”. Dos artículos de Hortensia en Vanguardia Liberal (ya ella había escrito columnas en ese periódico y en El Colombiano) dieron a conocer esa “exhibición grotesca de racismo” y los vecinos tuvieron que acabar con “su taimada agresión”. Era hora de cerrar un capítulo en la historia de discriminación contra los indígenas. Y sólo un libro que les diera a conocer, podría acabar con ese absurdo. Bruce se comprometió a ayudarle. Él le indicaría a Hortensia cuándo traspasaba los límites de la verdad para pasar a la exageración, le diría qué les perjudicaría que se dijera y qué podría ser del dominio público, le evitaría decir inexactitudes. Por ejemplo, un Barí recuerda que “mi papá murió por mordedura de culebra y mi mamá por enfermedad, quedando huérfano a los 5 años de edad... como rara vez una familia Barí acepta al hijo ajeno, la indiferencia de los de mi raza me habría condenado a morir de hambre...”. Así, Hortensia escribió que a los niños los dejaban morir. “Bruce me dijo que eso no era cierto. Simplemente, los Motilones no ven la importancia de salvarle la vida a un huérfano”.

Por Ahora, a Salvo

El resultado de este trabajo conjunto fue Somos Barí. Un hermoso libro que recopila leyendas, mitos, realidades y anécdotas sobre qué piensan los Barí del blanco. Uno de estos indígenas asegura que, hablando de lenguaje, hay un aspecto donde la lengua del blanco les aventaja. “Consiste -dice él- en la existencia de nociones como mentir, calumniar, asesinar, torturar, corromper, secuestrar. Ninguna de esas palabras tiene expresión equivalente en el lenguaje Barí, porque esas acciones jamás suceden en una comunidad de los habitantes de la selva”. Como ellos han alcanzado niveles espirituales muy altos, no están -como nosotros- centrados en el tiempo. Allí no existe ayer ni futuro. Afirma Hortensia que están ubicados en otras realidades, en donde tiempo y espacio no existen, todo es un eterno presente. Por ahora los Barí están a salvo. Hoy -explica Hortensia -se encuentran rodeados de un cerco de narcotráfico y otro de guerrilla. Esto ha sido muy positivo para ellos, pues ante narcos y guerrilleros no sucumben, pues tienen su sentido espiritual muy desarrollado y pueden sentir la vibración de violencia y muerte que emana de esta gente. Pero hubieran sucumbido a la gaseosa, el televisor y el dinero. Esto los ha mantenido aislados, conservando sus costumbres.

Hortensia Galvis hizo una edición privada y repartió algunos ejemplares en sitios claves, buscando la aceptación de una cultura diferente a la nuestra. El resto lo donó a la Fundación Maná, que rehabilita drogadictos y tiene salacunas para niños pobres. Ellos, a su vez, los venden a través de las librerías Francesa y La Era Azul. El producto va para la Fundación.

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